martes, 4 de febrero de 2014

De la crítica pasiva a la organización activa: Sobre la ineficacia política del voto en blanco.

Colombia asiste en la actualidad a uno de los momentos más trascendentales y enigmáticos de su historia nacional, y el pueblo debe tener plena conciencia de esto a la hora de tomar la decisión de participar o no en la lucha electoral.

Lo que está en juego, tras el proceso de paz del gobierno con las FARC en la Habana es algo más que la simple dejación de armas por parte de la insurgencia. El parlamento del próximo periodo, además, aprobará sendas e importantes normas en materia de reforma agraria, política, agropecuaria y energética, laboral y pensional, de la salud y casi seguramente tributaria, infraestructura y privatización y/o recuperación de sectores económicos fundamentales para el país (minero-energético, telecomunicaciones, servicios públicos, estructura administrativa del Estado et.), política y financiera.



Estamos en tiempos de elecciones y, como no podría ser menos que normal, el evento provoca las más heterogéneas reacciones sobre su validez y, también, sobre su pretendida o real “legitimidad”. Como líder sindical, dirigente político y ahora también candidato, pero además como ciudadano y parte de ese gran colectivo las más de las veces marginado denominado PUEBLO, quisiera plantear algunas opiniones al respecto, partiendo de la experiencia europea, para pasar al escenario local y concluir con una reflexión sobre la particular relevancia de la coyuntura electoral en conexión con la necesidad de las organizaciones sociales y la ciudadanía en busca de la consecución efectiva de sus derechos.




1.      La experiencia europea

El año pasado el gran cineasta político británico Ken Loach presentó al gran público su nueva obra “el espíritu del 45”. La temática de la misma gira en torno al final de la segunda guerra mundial y el titánico esfuerzo desplegado por el movimiento obrero y popular, de la mano con el Partido Laborista (el de la época, no el neoliberal de ahora), para implementar el Estado de Bienestar en Inglaterra.

El documental relata con lujo de detalles, y también con fascinantes imágenes de apoyo, las experiencias, sentimientos y opiniones, tanto de trabajadores y familiares, como de médicos, enfermeras, ministros y personas del común, acerca de la necesidad de derrotar la amarga experiencia del fascismo desde su propia semilla, que no era (y sigue siendo) otra que la descomunal desigualdad social, traducida en el desempleo masivo y en el mejor de los casos estacional, la insalubridad, el analfabetismo, la segregación urbanística y cultural, entre otras.



La reflexión de los trabajadores y los soldados era simple y contundente: si el pueblo inglés fue capaz de derrotar al fascismo con las armas, y también de organizar la vida de manera colectiva durante los tiempos de la guerra, ¿por qué no iba a ser posible vencer males más al alcance de sus fuerzas, tales como esos que se generan por la desigualdad económica? (El documental puede verse aquí: http://www.sibercine.com/2013/10/ver-el-espiritu-del-45-online-gratis.html)

De esta suerte, a través de la organización social y la movilización política, las fuerzas populares lograron derrotar al gobierno conservador de Winston Churchill y hacerse con el poder estatal, para desplegar una vasta reforma de la economía del país, que incluyó: la nacionalización de los ferrocarriles y demás medios de transporte, la instauración de un sistema nacional de salud gratuito y de calidad, la masificación de la educación pública en todos sus niveles, la nacionalización del cobre y de la banca, entre otras muchas medidas.

Los resultados, contrario a lo que dicen los defensores del neoliberalismo, no se tradujeron en la creación de un “Estado totalitario”, sino en la época dorada del pueblo inglés, el periodo de bienestar más global y pleno que se haya conocido en el Reino Unido.
El objetivo de Loach al producir “el espíritu del 45” era, sin lugar a dudas, mostrar al pueblo inglés cómo, si una vez mediante la organización política pudo movilizarse para asegurar a cada ciudadano el disfrute pleno de sus derechos, hoy, en medio de la crisis económica más grande que haya conocido la humanidad, es perfectamente posible, mediante la organización social y la movilización política, que incluye, antes que excluir, el asalto a las instituciones estatales a través del voto popular organizado y consciente.

La experiencia narrada por Loach para el caso inglés fue, en mayor o menor medida, la seguida por los pueblos europeos en cada país, en una época que, no en vano, se conoce como la “edad dorada del capitalismo”, pues combinó, mal que bien, altas tasas de rentabilidad económica con elevados y progresivos beneficios sociales.




Uno puede estar o no de acuerdo con la viabilidad de volver a vivir una experiencia tal en el marco del capitalismo global, asunto perfectamente discutible, pero lo que no puede obviarse, la lección histórica que no puede omitirse, so pena de fracasar una y otra vez, es la necesidad de aunar los esfuerzos políticos de organización y movilización social en las calles con la labor de denuncia y oposición al interior de las instancias del poder político, especialmente del parlamento.

Esa experiencia, ese rico legado de triunfos obtenidos por el pueblo inglés y europeo, es una lección que se ha replicado en los últimos lustros en América Latina, donde la movilización social se ha dado la mano con la organización institucional, hasta conseguir algunos gobiernos progresistas en la región que combaten las desigualdades sociales, con diferentes grados de eficacia, pero sin obviar la movilización de masas, sino más bien cabalgando sobre su lomo.

2.      El caso colombiano

En materia política el caso colombiano parece atípico, y tal peculiaridad le viene dada, en buena medida, de lo que ha sido el transcurrir de la lucha social y política del país en las últimas décadas. No en vano, aquí también se dieron, al igual que sucede en América Latina en la actualidad, y a lo sucedido en el continente europeo en la mitad del siglo pasado, serios y masivos procesos de movilización social y organización política, con una diferencia notable: en ningún otro país los intentos populares se vieron bañados en sangre de la manera y con la ferocidad que lo fueron en Colombia.




Como parte de una estrategia de contrarreforma armada del campo, el paramilitarismo, en alianza tácita y abierta con sectores militares, empresariales y políticos, eliminó y sigue eliminando sistemáticamente los intentos de autoorganización popular, no sólo en el campo, sino también del sindicalismo a nivel nacional, de tal suerte se cuentan por decenas de miles las personas víctimas de la violencia organizada por los sectores dominantes del país para la conservación del status quo.

Ésta, entre otras muchas razones, ha creado en un sector importante del movimiento social organizado un ambiente de opinión contrario a la participación en el escenario electoral, al que se suma la indignación de vastos sectores de la población de clase media, y de estudiantes, con los faraónicos y hasta esquizofrénicos niveles de corrupción que la clase política colombiana ha mostrado a lo largo y ancho del territorio, con lo que se cierra la tenaza justificatoria del abstencionismo y del voto en blanco en el país.

Sin embargo, ¿son los horrores de la violencia contra el pueblo colombiano, aunados a la corrupción rampante e inmoral de las élites políticas, elementos lo suficientemente fuertes para legitimar la abstención electoral y/o el voto en blanco? ¿No deberían ser, a la manera de los ejemplos europeo y latinoamericano, elementos de peso para ampliar la capacidad de unidad, organización, movilización y resistencia ciudadana y popular, en el ámbito callejero, pero también en el parlamento?




Desde nuestra campaña creemos seriamente que la abstención y el voto en blanco son, sin duda alguna, manifestaciones de descontento social respecto al carácter pre-moderno y elitista de la institucionalidad política colombiana, pero también que, por tratarse de manifestaciones de inconformidad pasiva, no combaten, sino que incluso pueden reforzar, las condiciones de existencia de un sistema económico-social autoritario, represivo y segregador.

Abstenerse de la lucha en el ámbito electoral puede ser como la voz de protesta del profeta en el desierto, que clama la reforma del modo de vida de la comunidad, pero en un terreno estéril para el cambio de costumbres y valores.




¿Y, qué mejor ejemplo de la importancia del voto popular organizado, que las mismas reacciones de la extrema derecha retrógrada y medieval a los intentos de fortalecimiento de procesos políticos democráticos?

El caso de Petro es, al respecto, suficientemente ilustrativo: un gobierno que, con sus aciertos y errores, desprivatizó el servicio de basuras, que incluyó y formalizó laboralmente a más de 800 trabajadores de la calle, que sustituyó los vehículos de tracción animal (“zorras”) por vehículos eléctricos gratuitos para los recicladores, ¿no es un gobierno que avanza por el camino de revertir las enormes desigualdades generadas por el modelo neoliberal en la capital de la república? ¿Y no es, igualmente, el ataque del procurador general a Petro, con su sentencia de destitución e inhabilitación por quince años para el alcalde mayor, una muestra de que, en efecto, los 500.000 millones de pesos que el alcalde les quitó a los “contratistas privados” para ponerlos en manos de la ciudadanía, le duelen a los mercenarios de los servicios públicos y a las élites que los respaldan y los acolitan?

Precisamente la ofensiva pseudo-jurídica del procurador contra los políticos de izquierda y populares en el país, es la mejor demostración de la importancia que la extrema derecha, ella sí muy consciente del valor de la lucha electoral, le da a los procesos de organización social y política del pueblo.




La conclusión, si se quiere, podría incluso formularse por vía negativa: dado que la extrema derecha muestra tal deseo de acorralar a la izquierda y a las organización populares de los puestos que a puro pulso se han ganado en el escenario electoral, esto debería servir de síntoma e indicativo de la necesidad, no de boicotear con la abstención o el voto en blanco esos procesos, sino de fortalecerlos con el voto en las elecciones, y con la movilización en las calles.

3.      Reflexión final

Colombia asiste en la actualidad a uno de los momentos más trascendentales y enigmáticos de su historia nacional, y el pueblo debe tener plena conciencia de esto a la hora de tomar la decisión de participar o no en la lucha electoral.

Lo que está en juego, tras el proceso de paz del gobierno con las FARC en la Habana es algo más que la simple dejación de armas por parte de la insurgencia. El parlamento del próximo periodo, además, aprobará sendas e importantes normas en materia de reforma agraria, política, agropecuaria y energética, laboral y pensional, de la salud y casi seguramente tributaria, infraestructura y privatización y/o recuperación de sectores económicos fundamentales para el país (minero-energético, telecomunicaciones, servicios públicos, estructura administrativa del Estado et.), política y financiera.

En fin, es bastante plausible pensar que, en el próximo cuatrienio, se dará trámite a una de las cascadas legislativas más esenciales e influyentes en la vida de la nación, razón de más para no dejar en manos de las mismas maquinarias de siempre las riendas del barco económico-social colombiano.




Creemos sinceramente que, en 2010, se dio uno de los giros políticos más relevantes en la historia nacional, cambio de ciclo marcado por las gigantescas movilizaciones de masas en los sectores estudiantil, agrario, de salud y obrero y que, aunque de manera incipiente, ha logrado abrir una brecha que, en la medida en que se fortalezcan los movimientos sociales y políticos, puede abrir la senda de una real y profunda transformación de la sociedad y del país, que garantice la paz en condiciones de garantía de derechos para el pueblo.




Por ello mismo resulta tanto más perentorio el escalamiento de nuevas y variadas formas de empoderamiento social, dentro de las cuales consideramos el escenario electoral como clave, no en sí mismo, sino en su función de altoparlante y cohesionador de la movilización ciudadana de a pie, que es la manera en que, desde el movimiento vamos por los derechos, concebimos el escenario electoral: como puente y potenciador de las necesidades, reclamaciones y protestas sociales.

Por eso en esta nota enviamos estas reflexiones, recordando las sabias palabras de Víctor Hugo, según las cuales “no hay fuerza más poderosa que una idea a la que le ha llegado su tiempo”, y con plena consciencia de que la paz estable y duradera es ya la idea del momento histórico.

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